¿Qué hace que una obra de arte sea considerada como obra maestra? ¿Es necesario tener un guión coherente para que una película sea buena? ¿Debe haber un final lógico en una escena que explique todo?
La obra de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes es impactante porque el protagonista siempre busca un sentido lógico para las pistas que hay a su alrededor. Este detective desvela cada detalle, cada aspecto del delincuente conectando cada punto por más dispar que parezca. Tanto a Watson como a nosotros sólo nos queda maravillarnos ante tanta coherencia narrativa.
Ya he mencionado a un anime, Naruto. Pero hay otra obra que aunque es más corta, es por mucho, una de las obras japonesas más sorprendentes de los últimos años: Death Note. Aquí cada frase, cada componente, cada escena, prácticamente todo está bien pensado. Sólo nos queda quedarnos boquiabiertos ante la genialidad de Ligth Yagami y L.
Érase una vez en el oeste es una vaquerada que tiene un metraje extenso, algo lento para nuestra época. Aquí un personaje algo despreocupado al final demuestra por qué hace todo lo que hace.
Lo mismo sucede con Testigo de Cargo, donde todos los puntos van confluyendo al final para un fin lógico. Los buenos no son tan buenos y los malos no lo son tanto en esta obra magna del cine en blanco y negro.
Cuando lo ilógico es molestia
Por otro lado, cuando una película se considera mala, lo primero que se toma en cuenta es su falta de sentido, sus incoherencias. Estas fallas son muy frecuentes en el incipiente cine dominicano. Pero también podemos ver muchas fallas y tonterías en películas muy criticadas como las del nada sublime Adam Sandler.
Al parecer, es mejor seguir viviendo en el mundo lógico de finales lógicos en filmes como La Isla Siniestra o Sexto Sentido. Pero…
¿Qué pasa cuando no se necesita ni sentido ni coherencia para que una obra sea excelente?
Resulta curioso que en la pintura y en la música sea muy habitual el surrealismo y las abstracciones. Pero estas cosas están casi ausentes en el séptimo arte. Hasta en los videojuegos tenemos ejemplos claros de surrealismo. Como en la saga de Mario.
Estamos hablando de un fontanero, el cual tiene que rescatar a una princesa, la cual un dragón tiene encerrada en su castillo. Si este fontanero toma una flor, entonces puede lanzar fuego. Si toma un hongo, el fontanero se pone gigante. Tiene que aplastar tortugas gigantes y goombas. Vaya usted a saber qué rayos es un goomba.
Sobre abstracciones hay muchas, un ejemplo claro de eso es Tetris. Formas cuadradas que van descendiendo, si forman una línea horizontal de orilla a orilla estas desaparecen, pero si dejas que se formen horizontalmente puede perder.
Pero, por alguna razón, cuando una obra lleva narrativa, no nos gustan las incoherencias. Pero si Enrique Bunbury le canta a un duende que lo invita a soñar, para más adelante sentir que su habitación se pone más pequeña, para luego decirte que sientes que nada puede tocarte…
Y de repente aparece David Lynch. Te dice que no, que una película no necesita tener un típico final que explique todo. Lynch, con su obra, nos dice que la vida es más parecida a Mullholand Drive que a Los Sospechosos Habituales.
Una metáfora del sinsentido
La vida no sólo es un sueño, sino más bien una mezcla de tus sueños, los míos y todos los demás. Estos sueños se entremezclan, se superponen, se alejan y vuelven a juntarse. La vida es una oda al absurdo, tal como lo es la mítica escena del Club del Silencio.
Hacemos mil planes, pero la vida se encarga de desbaratarlos, o de moldearlos a su antojo. Los retrasa, aunque otras veces los adelanta. Pero nos empecinamos, como el personaje de Brat Pitt en Los Siete Pecados Capitales, a buscarle un sentido a todo lo que nos rodea.
Pero esa es la dulzura de la vida, su carencia de sentido nos grita que es a nosotros, de manera individual, que nos confiere la potestad de encontrarle un sentido. Aunque de un día para otro despertemos siendo una persona totalmente diferente, como en Carretera Perdida, no sería momento para lamentarse, sino para seguir adelante.
Por un lado está Kant, con su bastante razonada Crítica de La Razón Pura. Pero siempre habra un Nietzsche y sus contradicciones de Ecce Homo. Por un lado tendremos el mainstream hollywoodense, mientras que por el otro estará el Terciopelo Azul.
“Todos los extremos son malos” reza la sabiduría popular. Pero ¿qué decimos de la falta de extremos? ¿Es buena? ¿No les suena esto a mediocridad? Ah, entonces viene José Ingenieros y su crítica al Hombre Mediocre.
Finalmente, al menos los taoístas entienden que los extremos no son mutuamente excluyentes, que más bien se complementan para balancear el Universo. Es como si Twin Peaks, a pesar de haberse filmado antes, fuese el complemento de Breaking Bad.